V&G - GRUPO 06
LUCIA ARTICO
MICAELA CABRERA
CATALINA CASARES TORRELLA
ABRIL MUÑOZ
LUCAS URRA

"Visita del Virrey a las obras de Catedral en la segunda mitad del siglo XVIII"
Una vez que la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México se consolidó como el mayor poder virreinal del momento, se empezaron a ver los resultados de la combinación de culturas entre lo indigena y lo europeo, lo que llamamos mestizaje. Como se explica en esta cita: “Mediante la mezcla de dos sensibilidades religiosas opuestas se adapta la tradición ceremonial precolombina a la liturgia cristiana. Esta americanización del culto cristiano genera un conjunto arquitectónico nuevo” de Reyes Salinas, “El mestizaje en la arquitectura mendicante en el siglo XVI en Mexico”, pag. 20. Este proceso es reflejo de la mezcla cultural y religiosa que tuvo lugar tras la conquista de Nueva España. Allí donde antes se realizaban rituales precolombinos, se instala ahora un espacio de culto cristiano que, sin embargo, no elimina del todo la memoria del sitio, sino que la resignifica. La americanización mencionada en la cita se manifiesta no sólo en lo simbólico, sino también en lo espacial y litúrgico: las primeras construcciones religiosas, como las capillas abiertas, se adaptaban a la costumbre indígena de las ceremonias al aire libre.
A medida que avanza el siglo XVI, “el presbiterio evoluciona y crece en tamaño albergando un sencillo espacio conventual”, y esta evolución culmina en templos monumentales como la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, que, si bien adoptan modelos europeos, surgen de procesos de fusión y apropiación local.
En este contexto, la fachada principal de la Catedral Metropolitana, que combina elementos barrocos y neoclásicos, no solo busca impresionar visualmente con su monumentalidad y ornamentación, sino que funciona como una pantalla simbólica del poder eclesiástico y colonial, afirmando el dominio de la fe cristiana. En este sentido, su diseño no puede entenderse aislado del legado artístico hispano, ya que, como señala Ramón Gutiérrez en el libro "México; el encuentro de las dos culturas; “Es notable constatar aquí la fidelidad al modelo del plateresco español y el refinamiento y delicadeza que se obtiene en el plateresco novohispano como identidad de filiación cultural” (pag. 42). La fachada, entonces, no solo comunica el mensaje de conquista espiritual, sino que también manifiesta el estilo de una ciudad apropiada por los europeos y reinterpretada en el contexto americano como expresión del nuevo orden colonial y su identidad mestiza.
Uno de los elementos que mayor esencia indígena presenta al momento de analizar esta obra es el espacio exterior que conlleva la Catedral, La Plaza Mayor. Aunque esto fue realizado y pensado para una trama urbana de la ciudad, fue elegido porque para los indios su religión se basaba en el hombre y la naturaleza, entonces, todo se realizaba en espacios exteriores y no tenían construcciones como capillas o templos. Es ahí cuando los europeos entendieron que necesitaban traer algo de la religión de ellos, para poder empezar a creer en el cristianismo, empiezan a proponer estas plazas enfrente de la catedral para que los ciudadanos puedan celebrar su cultura y a la vez apreciar la nueva religión que empezaba asentarse.
La dinámica consistía en que el sacerdote celebraba la misa desde el atrio, ubicado casi en el interior de la iglesia, mientras los indígenas la escuchaban desde la plaza. De esta manera, se mantenía una continuidad con sus costumbres originarias, al participar del rito desde un espacio abierto y comunitario.
El atrio funciona como un espacio de transición entre el exterior urbano y el interior sagrado del templo. Esta relación entre lo arquitectónico y lo simbólico permite interpretar el atrio no solo como una estructura europea, sino también como un espacio influenciado por las tradiciones mesoamericanas. Su forma, su función y su significado están inspirados en las plazas sagradas de las culturas prehispánicas, donde se llevaban a cabo rituales, reuniones y actividades comunitarias. Así, el atrio se consolidó como resultado de un proceso de mestizaje espacial y cultural. Tal como afirman autores como John Mc Andrews y Ramón Gutiérrez, “estas construcciones son el resultado de una fusión de tradiciones culturales diferentes: la prehispánica y la occidental. Atribuyen al atrio una vinculación directa con el patio del teocalli precolombino tanto funcional como arquitectónica”, reconociendo así la influencia indígena en la configuración de este espacio religioso colonial.
La planta arquitectónica de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México articula el modelo europeo de cruz latina con adaptaciones funcionales y simbólicas propias del contexto virreinal. La inclusión de numerosas capillas, el coro central y la riqueza responden a la expresión del poder, la fe y la evangelización en un espacio resignificado: el antiguo centro sagrado mexicano. Este proceso de resignificación no solo estuvo en el interior del templo, sino que también se manifestó en el atrio, donde elementos como la cruz de piedra funcionaron como herramientas de enseñanza religiosa. Tal como se señala, “la cruz de piedra, además de símbolo religioso y marcar el centro del atrio, pudiendo estar alineada o no con el templo, tuvo influencia educativa. Mediante la técnica de los relieves planiformes prehispánicos, los indios representaron elementos y símbolos cristianos que se usaron para que aprendiesen los preceptos cristianos” (p. 22). Esta combinación de símbolos cristianos con técnicas indígenas muestra cómo el espacio sagrado fue también un espacio pedagógico y de aculturación, en el que la arquitectura y los objetos funcionaban como el nuevo orden colonial.
Luego pasamos al espacio interior de la catedral, donde se muestra una influencia occidental, especialmente en la decoración y la organización de los espacios. El recorrido comienza por los claustros, que a su vez se dividen en diferentes áreas que contienen otros sitios de interés dentro del templo. Sin embargo, en algunos sectores se pueden observar mensajes ocultos dejados por los indígenas que participaron en la construcción, quienes plasmaron en los murales religiosos figuras de personas de color o añadieron decoraciones en columnas y techos que hacen referencia a la naturaleza. Esto sucede porque los indígenas, al apropiarse de esta religión, expresan su propia visión y cosmovisión. Como dice Sergio Salinas en su libro “El mestizaje en la arquitectura mendicante en el siglo XVI en México”, "La arquitectura de la evangelización es el resultado de la fusión de características tanto prehispánicas como occidentales. De esta manera se unifica el sentido externo del culto y el espacio ceremonial del mundo indígena con los elementos de tradición cristiana." Si no hubiese sido que de ambas partes, Occidente y América, se aceptaran y empezaran a adaptarse a las situaciones y a reinterpretar, no hubiese sido posible el mestizaje.
Este proceso de intercambio y adaptación cultural dio lugar a una nueva cosmovisión en la ciudad de México, donde lo indígena y lo europeo se integraron. La Catedral Metropolitana de la Ciudad de México materializa el mestizaje entre lo indígena y lo europeo, integrando símbolos, espacios y formas de ambas culturas. Su arquitectura no solo impone, sino que también resignifica, adaptando lo cristiano al contexto americano.




Atrio




Fachada principal
Planta cruz latina
Espacialidad interior






